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Reflexió sobre Espanya

Ana, cariño, me mortifica no haber asistido a la presentación de «Franco, cristiano ejemplar». Va por la quinta edición, lo que demuestra que los católicos consumen más Caudillo que pan. Y entiéndeme, todo tiene su lógica. Pilarín del Castillo, que sabe de libros una barbaridad, me contó que San Pedro había renunciado a la espada porque su reino no era de este mundo. Pues hete ahí que llega don Francisco y ciñe espada por partida doble al asumir el poder temporal y el espiritual. Que no: que no me lo invento, Ana. Lo del poder espiritual lo decían tanto las perras chicas como las monedas de a peseta. Y las monjitas, que lo decían. Las monjitas que me inyectaban para combatir los resfriados en aquel lejano Valladolid de mi niñez. La espadita del Caudillo en la nalga derecha, la otra espadita en la nalga izquierda... En fin, Ana, yo debiera de haber asistido a lo de don Francisco, pero cuando George me llamó desde Buckingham para comunicarme que si yo iba él me acompañaba, me dije cuidadito Josemari, que así como está la rojez puede organizarse un pitote de aúpa. Ya me entiendes, George se viene e invita a su Graciosa Majestad por aquello de que está en su casa y no va a abandonarla a la hora del té. Y su Graciosa Majestad se lo dice a Blair y éste también se apunta al viaje, porque éste se apuntaría a un bombardeo con tal de abandonar Londres. Y por mí, encantado, pues todos son camaradas: Su Graciosa, el camarada George, el amigo Tony... Pero luego hubieran acudido al funeral del Valle de los Caídos a cara descubierta, no como yo que acudí disfrazado de Ratoncito Pérez, y Rouco hubiera querido oficiar. Y hombre, yo también encantado, pero analizando el encuentro en clave política, resulta que todos juntos íbamos a servir de carnaza a Llamazares y a Caró, que se imaginan asaltando el Palacio de Invierno cada vez que llaman a una puerta. Ana, España se halla nuevamente ante una encrucijada histórica. Ya lo dijo el poeta si no lo dije yo. Recuerda: tres piedras negras, en el camino, etcétera, etcétera. Pues anótalas: Ibarretxe, Llamazares y Caró. Sobre todo Caró, porque hoy por hoy nadie me lo controla. Atiende: en los tiempos épicos del fútbol, don Helenio Herrera situaba al futbolista que le quedaba cojo en el área contraria porque el contrario le dejaba sin marcaje, y siempre acababa metiendo el gol de la victoria. A Caró no le dejo suelto ni para tomarse el cruasán. Y sólo me lo puede marcar Yordi. Ya sabes, que Mas le ofrezca las cosas de cultura de la Generalitat, el control de las collas de castellers y lo del cementerio de las moreras. Que no, Ana, que la cultura regional no tiene porqué intimidarnos. Sé juiciosa. Un homenaje a José Pla con la presencia de sus majestades, y algunos conciertos de cantautor radical con profusión de banderitas representa una sana libertad de opinión. La cultura, si se expresa en sus límites lógicos, incluso puede ser subversiva. No pasa nada. Siempre, claro, que mientras Caró se desfoga, Yordi me haga política de despacho para cohesionar España. Ya sabes, lo de España es como lo de la tortilla de patatas. O nos pasamos de huevos o nos pasamos de patatas. Y no liga. ¿Me sigues? Lo importante es cohesionar y ligar las partes. Te lo digo en palabras del Ausente: la múltiple y variopinta variedad de España en un solo haz. A eso vamos. La cosa no es difícil, basta con razonar en clave patriótica. Repara en doña Letizia, todo un ejemplo. ¿Que hace dos meses aún era devota de Sabina y de todo aquello de ahí está, ahí está la Puerta de Alcalá? Pues nada, ducha de agua fría y fuera gérmenes. Luego, codos sobre la mesa y a sorber patria por todos los poros. Y ahí tienes una primera reflexión en positivo: su primer hijo se llamará Pelayo. Bingo para doña Leticia. Tenlo presente, Ana: yo, tu Josemari, ante un don Pelayo hinco la rodilla en tierra. O sea, que doña Letizia nos cohesiona España desde los pañales. Con un don Pelayo de evocaciones épicas, le damos jaque mate al Plan Ibarretxe y a la Cataluña libre de Caró. Lo cierto es que doña Letizia, la muy pillina, nos ha ganado la partida a todos, incluso a los Aznar. Precisamente yo quería sugerirte que le ordenaras a Alejandrito la irrenunciable obligación de ponerle Pelayo a nuestro nieto. Sin embargo, aplaudo y respeto la decisión real. Ya veremos cómo se llama el bebé de Anita. Aunque yo me lo he pensado. ¿Qué te parece si le llamáramos Don Francisco? Ya. No digas nada, te sigo el razonamiento. ¿Que tendría que ser Francisco, y que San Francisco de Asís era tan modesto que andaba todo el día con el hermano lobo y la hermana oveja? Bueno, olvídate del frailecito éste. Y si te parece bien lo de Don Francisco ya se lo soplaré a Rouco. Seguro que nos hace un hueco en el santoral. Te lo digo en serio, éste no les falla a los amigos. Si la mayoría de mis colaboradores tuvieran su habilidad, otro gallo nos cantara. Pero no todo el mundo sabe a qué puerta llamar así que truena. ¿Sabes en quién pienso? Eso es, no me pierdas de vista a Mariano que no da la altura. Resulta que los aventureros de Prat de Montllor se instalan en Cataluña, y nuestro Mariano reúne a los empresarios para llamarles a la resistencia. Hombre, por Dios, los empresarios no están para hacer la guerra. En todo caso para disfrutarla. Afortunadamente, en lo de Chillida, don Juan Carlos hizo un aparte con Yordi, y digo yo que no debieron de hablar de piedras, que por más que uno se llame Chillida lo de las piedras es cosa de picapedreros. Te lo confieso, Ana: lo de Mariano en Moncloa ya es inamovible, pero si uno pudiera replantearse sus propias decisiones, me iba a Zapatero y le soltaba: «mira, Josete, te cambio dos de los míos por uno de los tuyos. Yo te doy a Mariano y a Gallardón y tú me das a Rodríguez Ibarra». Y seguro que Josete me aceptaba el cambio, aunque sólo fuera para no contradecirme. Es un buen chaval, Josete. Y mira, te lo digo en serio, me duele que el mundo esté dividido entre buenos y malos, porque Josete está entre los malos por puro despiste. Se lo he hablado repetidamente al Superior de Silos. «Mire Padre, le he dicho, si Josete se estrella en las generales, haga usted el favor de echarle una mano. Que no se me quede en la calle. Póngamelo de monaguillo o en el coro. Qué sé yo. Que haga repicar las campanas cuando aviste a las cigüeñas». ¿Que por qué no lo ficho? No sería oportuno. Con Josete y Maragal en la oposición, España va bien. O sea, va estupendamente. A quien me ficho, yo, es a Ibarra. Cualquier día ordeno que me lo pongan en un taxi para la calle Génova. He ahí la simbiosis perfecta de la raza. ¿Qué es Ibarra? Un Ortega con la coz de un defensa central, algo grande. ¿Que lo de los tres pepinos y lo de las tres leches para los catalanes es durillo? Pues no sé qué decirte, Ana. Más lo era el lenguaje de don Camilo y le dieron el Nobel. Te lo garantizo: tan pronto Ibarra se salga de las piaras y de los alcornoques y se venga a la capital, tiene la carrera hecha. De segurata para arriba en dos días, lo vaticino. Y luego Dios dirá, que mira dónde se situó Pepe Botella viniendo de la dehesa. ¿Que ahora se le discute? El vulgo no entiende de majezas varoniles. Fíjate en George. Se va a Londres como embajador de la paz mundial, y entre cuatro castristas y otros cuatro cristianos sin Dios le montan un pitote que no veas. En conclusión: ahí tienes a un defensor de la democracia y de la libertad subiéndose al Gólgota. Le insultan, le vejan. Y se aguanta sin sacar el colt. Que las muertes de los soldados no han sido estériles, les dice él. Si lo sabré yo. CEPSA acaba de ganarse el derecho a hacer una chupa de petróleo en Irak.

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